Nos contamos historias para entendernos, pero a veces esas historias nos aprietan.
El cuerpo las guarda en su memoria: en una tensión, en una respiración contenida, en un gesto que se repite.
Cuando dejamos de explicar y empezamos a sentir, algo se abre.
El cuerpo recuerda que puede habitarse sin relato, sin pasado. Solo presencia.
En mis sesiones de trabajo corporal, ese espacio se vuelve posible:
un lugar donde la historia se suaviza y lo vivo vuelve a respirarse.